¿A dónde iremos nosotrxs?

Y de pronto la ciudad luce vacía. Las noches urbanas se van decolorando en cierto aullido solitario, la ciudad se va desmoronando y se va quedando solita como desprendiéndose de ella misma. Las protestas, las huelgas, las marchas, el derribar de las lucecitas de neón que aplastan cuerpos, que besan la sangre y las fugas y las balas, los gritos y los pitos.

En esa soledad de invierno, en esa locura solitaria que envuelve en una revuelta de fríos a la ciudad, ahí el grito de las locas, del cuerpo de las locas en medio de otras voces. Ahí en la manada, travistiendo sus deseos, deseando sus travestismos, acuerpándose, disolviéndose, gritando, siempre gritando con esa altivez con la que solo las locas gritamos. Esos gritos que hemos aprendido en la noche, en el salvarnos el pellejo en los lugares de cruising, en el salvarnos el pellejo contra el estado nación, contra las violencias de todos los días, contra la iglesia, contra los poderes, con las locas que acomodan el culo en el financiamiento internacional. Esos gritos que hemos aprendido en nuestras revoluciones cotidianas hoy también se toman las aceras de uno u otro lado.

Es que fíjese compa que sin las locas tampoco se puede hacer la revolución. Nosotras hemos puesto la cuerpa en la lucha. En las luchas del cotidiano y en las grandes luchas que han marcado la historia del país. La montaña sin duda era algo más que una inmensa estepa verde, era ese beso en los cortes de café, era cocinar para los BLI, era pasar correos, pasar bombas camufladas, era meterse en la casa del obrero y matar al dictador aunque eso nos valiera la vida, era salir a las calles y hacer protestas universitarias, era hablar con la gente y tratar de convencerla. La montaña era también ese acuerpamiento en los años más duros del SIDA, era exigirle al cardenal que le bajara el tono a sus homilías, que esto del VIH no era solo de las locas, era enfrentar el código procesal penal y disimular la cochonada para no terminar presa, disimular las plumas en plena democracia.

Ahora en estos momentos de tensión y de múltiples violencias las locas, lesbianas, trans y sujetxs queer seguimos poniendo el cuerpo en distintos escenarios, en uno u otro lado, en una u otra acera. Se hace un llamado a la constitución de una república y me pregunto: ¿dónde quedaremos nosotrxs?. En los últimos 70 años la república ha hecho caer sus discursos de odio sobre nuestros cuerpxs. La república conlleva un sinnúmero de heridas traslapadas que se escriben sobre los cuerpxs subalternxs. La república conlleva un sinnúmero de silencios que nos dejan las pieles marcadas.

Las múltiples violencias se cantan como un himno nacional, se cantan con esa idea de homogenización donde aparentemente todxs somos iguales. Esa es la democracia utópica, la democracia transnacional que nos tomamos a cucharadas y vomitamos en los discursos. «Que huevos tenía!»-  se dice del líder estudiantil y de pronto pasamos del falocentrismo al huevocentrismo en un abrir y cerrar de ojos. Y los cuerpos abyectos, marginados, desechables seguimos poniendo la cara en las luchas.

Y recurrimos a la iglesia para que nos acoja y nos ampare, acudimos a la iglesia como protagonista que valide demandas y luchas. La iglesia aparece como La Liga de la Justicia, con los Batman del siglo XXI que guardan los besos de sus Robbin en los closets añejados de la ciudad que hoy luce apagada. Y hablan las alas más radicales de este cuerpo político nacional. Cuerpo que ha pactado con todos los proyectos de nación en los últimos 200 años. Y ellos nos han quemado, nos han matado también, nos han dejado morir sin poder abortar, han estado a la sombra de la nación.

Y la empresa privada nos exhibe en sus menús como un plato criollo para la atracción de turistas e inversiones: locas al ajillo, plumas en su tinta, pague una loca y la otra a mitad de precio, solo por hoy quintuplica tus locas. La empresa privada que también privatiza nuestros cuerpos y nos vende ideas rosas de locas democráticas de los países del primer mundo, porque allá supuestamente viven felices, porque allá supuestamente no hay discriminación, porque allá supuestamente los gym son gratis para las locas y hasta hay zonas libres de todo mal y peligro. ¡Bendito el capitalismo rosa que subalterniza nuestras cuerpas morenas!

Hay que ponerle un enema a la república. A esa que se sueña, a esa que es utopía. Hay que ponerle un enema para cagar lo podrido, para que no sigamos siendo útiles a un sistema que nos margina cuando ya no le convenimos. Hay que ponerle un enema para que nuestros gritos y nuestras cuerpas no sigan siendo como ese soldado desconocido que se apuesta todo para terminar detrás de los Héroes de la Nación, a la sombra de esos mártires heredados por el cristianismo.

Las lucecitas urbanas se van apagando y las locas seguimos deslizadas en la noche, poniendo nuestros deseos en esa fugacidad, seguimos deslizadas en el relato nacional que también cargamos a cuestas. Doblamos la esquina y seguimos la vereda que dibuja nuestra ciudad terremoteada. ¿Hacia dónde iremos nosotrxs después?, ¿a dónde irán nuestros deseos?, ¿a dónde irán nuestras revoluciones cotidianas cuando la ciudad vuelva a brillar?.

Publicado por rochacortez

Actor titiritero, crítico teatral e investigador cultural. Me interesan las artes, la cultura, exploro la cultura urbana homosexual, los entornos urbanos desde una mirada subjetiva, íntima. Observo y comparto lo que está a mi alrededor. Me gusta la crónica, el mar, los atardeceres, los gatos.

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