Strippers en Babilonia o cochones Cenicientas

A Tyrone Aragón y todas las noches compartidas

La noche urbana local ofrece pocos espacios para la diversión de las locas. En Managua hay una extraña cartografía de bares y discos que posibilitan el deseo homoerótico. Mientras una pequeña constelación de locas clase media prefieren disfrutar los placeres de la Zona Hippos, para luego tomar la selfie y subirla al Instagram, para lucir la ropita lujuriosa comprada en las tiendas chic, para desayunar después del trasnoche en algún establecimiento capitalista aunque en sus alquileres la comida escasee, otras abrimos las cortinas del deseo atrapado en la periferia. Sin embargo, compartimos la restricción de posibilidades discotequeras que ofrece el neoliberalismo rosa de nuestra urbe tercermundista.

Uno de mis mejores amigos y yo decidimos ir aquella noche de sábado a la disco de siempre. Salimos de nuestra periferia, con la mejor moda de pacas. El estilo vintage que me llena de flores el cuerpo y la noche y su estilo tropicalísimo que le llena los pasos y el contoneo de las caderas. Salimos de nuestra periferia pagando a medias el taxi. Casi no hablamos o engrosamos la voz para evitar un ataque homofóbico vehicular. El travestismo es usado a nuestro favor como gesto camaleónico para sobrevivir en esos riesgosos tránsitos nocturnos. 

El paisaje urbano va cambiando mientras recorremos la ciudad. La negrura nocturna abraza las imágenes del barrio, las casetas de las paradas de bus como  óleos desteñidos, los perros flacos en la calle que respiran lentamente el hambre de los niños, las bolsas de plásticos que parecen lirios, flores de muertos, brillantes las latas aplastadas, divinas las botellas de gaseosa que ruedan en batucada al compás del viento, los bolos en las cunetas parecen adornitos decembrinos, las flores nocturnas venden sus cuerpos bajo las luminarias de la carretera norte. Ahora se ven las empresas que ensucian el lago, se ve el mercado y su halo vacío de pasos silentes, aparece el antiguo centro de la ciudad, el escombro remozado, maquillado, revitalizado, enseguecimiento urbano de luces de neón, de brillito por doquier como las campanas de Belén.

Me gusta esta disco porque es una antigua casa somocista- le digo a mi amiga mientras cierro la puerta del taxi y avanzamos a la entrada. Un chico nos revisa y le digo: niño al menos enamorame si me vas a tocar así.- el loquerío estalla en risas. El lobby es un salón de vidrios y espejos que nos recibe como dándonos la bienvenida a una salida del closet, salida que refleja el encanto nocturno del plumerío barroco que hace fila para pagar la ticket y entrar.

Hoy es noche de stripper- me dice mi amiga mientras hace un gesto de tigresa, de femme fatal tropicalísima que ya se sabe libre en aquella sabana urbana llena de luces de neón, de humo blanco, de telillas baratas simulacro de cortinas romanas. Estamos en Babilonia niña!- le grito al entrar y le pego en las nalgas en sinónimo de complicidad.

Ron, enza, hielo y coca-cola, humo de cigarrillos, música noventera de esa que nos recuerda las piñatas de la infancia. Una loca celebra sus 25 años y las amigas le han llevado globos, su primer cuarto de siglo, mientras entra una loca sesentera vestida de pantalón blanco y camisa café con puntos blancos. Las lentejuelas van y vienen en una noche zigzagueante. Una pareja baila y se turnan los roles de cuando en cuando, primero uno lo lleva, después lo lleva el otro. Los meseros en camisola se aprietan el bulto de vez en cuando para ver qué loca borracha cae esa noche, para ver a cuál plumífera solitaria extorsionan, estafan, entierran un puñal pero nunca penetran, no quizás esa noche, quizás esa noche no. Amiga ese es el tipo que denunciaron en twitter, horror y misterio- le digo a mi amiga con el sentido arácnido al cien. Menos mal que aquella niña no se fue esa noche con él- me responde mientras brindamos.

Locas masculinizadas bailan al ritmo de Mónica Naranjo, Ven, Ven, desátame o átame de una vez, mientras una travesti en chinelas y sin maquillaje hace su espectáculo de fonomímica sin que nadie se percate. Las locas con camisa a cuadros miran de reojo a la travesti que se despeina en arrebatos de leona en medio de la pista, a la travesti no le importa y pide otra cerveza, pues es dueña de su propia noche, de las arrugas que carga, de la experiencia de esquivar balas como la vocecita de Marlene Dietrich cantando Lilly Marlene en cualquier frente de guerra en la zona norte de los lejanos años 80. Otras locas lucen sus falsas camisas de marca con las G de Gucci, las CH de Chanel, A de Armani, ese lentejueleo brillante que nos hace sentir que este pedacito de periferia, que este trozo nuestro de tercer mundo, que esta Babilonia anal es tan nice como esas discoteques de las series capitalistas donde los cuerpos esculpidos a la sazón del gym erotizan la noche marica.

Son las doce la noche. La hora mágica donde todo puede pasar, donde el deseo saca las uñas y las zapatillas de cristal son tiradas por las ventanas. Yo no quiero ser Cenicienta, yo no quiero huir. Yo quiero un príncipe esta noche- me dice mi amiga. Aunque sea un enano de Blancanieves- le respondo y reímos. Las locas papalotean como libélulas vagas de lejanas ilusiones que en la pista de baile van sacando las mil y un armas de cacería. La loca sesentera mueve las manos cual Lola Flores cantando Penita Pena, mientras el reguetón hace estallar el techo de la disco. Son las doce de la noche y como una cenicienta fugada se anuncia el stripper. Aparece el chico con poca ropa. Las locas sacuden las plumas y corren a la pasarela donde podrán devorar la sensualidad del macho. El stripper apenas y mueve las caderas, una extraña rigidez le envuelve el cuerpo musculoso como en esas esculturas de museo que hemos alcanzado ver en el internet.

Las luces parpadean sobre la piel del macho, su color se va destiñendo en el aceite que lo recubre: cobrizo, negro, canela, parches blancos, zonas ásperas. El goce de la media noche, de nuestra media noche, no tiene nada que ver con la blancura blishada de la estética porno que nos vende la vida rosa. El stripper robocop, el stripper pale-o-lítico, el stripper estatua de zarro, el stripper que luce su tentáculo morado mientras las locas saborean la suculencia de lo que podría ser una explosión en sus bocas. El tipo no deja que nadie toque el placer erecto que sacude entre sus piernas, el lugar está prohibido, solo exhibe su portento de animal-hombre-animal, es el lugar que solo funciona para el ensueño barroco, para el éxtasis de media noche del restriegue glande en las pupilas maricas.

El macho sube al escenario a una loca corpulenta. La camisa de botones deja ver su abdomen rococó. Las volutas corporales hacen que el stripper se excite más mientras la jauría de locas estalla en gritos. La loca infanta versallesca se tapa la boca, ahora sujeta sus anteojos y el tieso macho de la noche periférica lo va toqueteando y desnudando. Lo coloca en el piso como una madame muerta, lo exhibe en el lugar más alto, en la cumbre bochornosa de la vitrina expone ante los ojos de la jauría el desparrame de carne de la loca. Abatida intenta tocarle el rabo a la bestia, la loca es una gladiadora que no se deja vencer en aquel coliseo sodomita, quiere sentir el calorcito del hierro que cuelga entre las flacas piernas del macho stripper pale-o-lítico. Un gesto raquítico impide cualquier intento, la jauría estalla en risas y el stripper se siente tan hombre, tan macho, tan dueño de todo que en su espectáculo patético enarbola la vergüenza como placer. Ahora se dirige a las mesas, todas las locas lo rechazan, nadie quiere tocar al tipo y hace tres mil intentos por conseguir otra presa pero nadie quiere. El show periférico se acaba y las locas vuelven a la pista borrando en cada movimiento las imágenes de la burla que en las noches de stripper devienen reflejo del cotidiano cochonear. Le dan la camisa a la loca rococó que risueña se levanta oliendo su mano cual zapatilla de cristal.

Publicado por rochacortez

Actor titiritero, crítico teatral e investigador cultural. Me interesan las artes, la cultura, exploro la cultura urbana homosexual, los entornos urbanos desde una mirada subjetiva, íntima. Observo y comparto lo que está a mi alrededor. Me gusta la crónica, el mar, los atardeceres, los gatos.

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